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La producción en el cine español también es de ellos: la igualdad que avanza a cámara lenta

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Mujeres productoras en el  Seminci 2018

Parece bastante increíble, pero a día de hoy nadie sabe, ni las instituciones públicas ni las privadas, cuál es la presencia real de las mujeres en el cine español más allá de la evidencia de que resulta minoritaria y discriminatoria.

La veterana Esther García, directora de producción de El Deseo y premio nacional de Cinematografía en 2018, lo ha dejado bien claro en un encuentro de unas 30 mujeres productoras en el marco de la Seminci, la Semana Internacional de Cine celebrada del 20 al 27 de octubre en Valladolid. "No existen datos ni un mapa de las mujeres que se dedican a la producción en España", manifestó García en el acto público, "y las cifras de que disponemos son muy parciales como las que se refieren a las películas que compitieron en los Goya del pasado año".

En cualquier caso y por aproximación, las productoras que se han reunido en Valladolid estiman en un porcentaje en torno al 20% la presencia femenina en este sector clave de la producción.

No resulta pues extraño que una de las conclusiones del encuentro La mujer en la producción audiovisual española pida precisamente al Instituto de la Cinematografía y Artes Audiovisuales (ICAA) "un estudio riguroso y exhaustivo que determine la presencia de la mujer en cifras y desglosado por categorías profesionales y que clarifique la situación".

Está fuera de toda duda para las cineastas españolas que sin un auténtico mapa del sector, los diagnósticos y las posibles soluciones se convertirán en un objetivo imposible. Junto a este primer paso indispensable, las reivindicaciones abarcan, entre otros puntos, un sistema de cuota progresiva para los proyectos liderados por mujeres, el cumplimiento de la Ley de Igualdad de 2007, la eliminación de la brecha salarial o la elaboración de un directorio para visibilizar el talento femenino existente en todas las categorías profesionales del cine.

A través de apelaciones constantes a la responsabilidad en la lucha por la igualdad de las instituciones públicas, los festivales, los medios de comunicación o el sistema educativo, las productoras fijaron la prioridad en la Ley de Igualdad. "Solamente con hacer cumplir esta ley", señaló en el encuentro Chelo Loureiro, de CIMA, "tendríamos bastante. Pero no funciona ningún organismo público que vigile su cumplimiento y ofrezca garantía de sanciones por su incumplimiento".

A la espera de ese mapa de la desigualdad manifiesta entre hombres y mujeres, algunos datos resultan desalentadores en una industria como el cine que se supone más progresista e igualitaria que otras más tradicionales.

El informe que ha servido de base de discusión en la Seminci y cuya autora es Concha Gómez, de la Universidad Carlos III, comienza con un dato muy elocuente. "De los 39 años que llevan existiendo los premios nacionales de Cinematografía en nuestro país", recoge el informe, "tan sólo tres mujeres, que no fueran actrices, han sido reconocidas por su labor en la industria cinematográfica: Yvonne Blake, como diseñadora de vestuario (2012); Lola Salvador como guionista (2014) y Esther García como productora y directora de producción (2018)". Es decir, que las otras siete mujeres galardonadas con este premio lo fueron por su condición de intérpretes.

Pero si ampliamos el foco observaremos que un total de 37 hombres, de los más variados oficios del cine, han recibido la mayor distinción oficial del cine español frente a 10 mujeres. En otra referencia para que sirva de ejemplo de que el camino hacia la igualdad en el cine marcha con paso de tortuga podemos citar que de los 217 productores que son miembros de la Academia del Cine, 173 son varones y 44 mujeres.

Las cineastas confirman, una vez más, que pese a los cambios legales y sociales de las últimas décadas el techo de cristal también impide el ascenso de las mujeres en un mundo tan aparentemente glamouroso y sin prejuicios como el del cine. En esta línea, la masiva incorporación femenina a las escuelas de cine o facultades de Comunicación Audiovisual no ha derivado en posibilidades laborales equitativas para las mujeres ni mucho menos en un acceso igualitario a los puestos de dirección. A pesar de esa carencia de estudios globales, algunas comunidades autónomas disponen de buenas radiografías del tema.

Así, el Observatorio Vasco de Cultura, citado por el informe de Concha Gómez, concluyó que "las mujeres que terminaban los estudios de Comunicación Visual son el 55% frente a un 45% de hombres" para matizar a continuación que "solo cuatro de cada 10 empleos en las empresas de producción de Euskadi corresponden a mujeres y el sector audiovisual es el que menos mujeres tiene en cargos de responsabilidad, con un 24%". El panorama, casi con toda seguridad, arrojaría proporciones similares en el resto del país y, de hecho, algunos datos difundidos recientemente en Cataluña y en Andalucía apuntan en la misma dirección.

Con el viento a favor del movimiento Me Too y de otras manifestaciones feministas en el cine de otros países, las cineastas españolas creen, sin olvidar las dificultades, que ha llegado el momento de impulsar sus reivindicaciones. El propio aumento de alumnas en las disciplinas universitarias vinculadas al cine, la paulatina creación de una red de pequeñas y medianas productoras creadas por mujeres en la última década y el acceso de algunas ejecutivas a puestos de dirección en televisiones públicas y privadas indican un camino ascendente.

Mercedes Gamero, directora general de Producción de Atresmedia, lamenta las visiones negativas y, tras recordar el premio a su colega Esther García, opta por un mensaje en positivo. "Debemos recordar", menciona Gamero, "que en los últimos años siempre ha subido una mujer al escenario a recoger el Goya a la mejor película: Emma Lustres por Celda 211, Cristina Huete por Vivir es fácil con los ojos cerrados, yo misma por La isla mínima, Marta Esteban por Truman o Beatriz Bodegas por Tarde para la ira".

De todos modos, algunas cineastas no eluden una autocrítica hacia algunos comportamientos arraigados en la mentalidad social o en la tendencia masculina al poder. Así lo refleja el informe presentado en la Seminci por la productora y profesora Puy Oria: "Nosotras tenemos más miedo al sentido del ridículo, a equivocarte. Un fracaso lo llevamos muy mal mientras que un hombre si ha tenido un fracaso con una película, no pasa nada porque se va a por la siguiente. En mis clases cuando planteas quién va a ser el productor ejecutivo siempre sale un hombre".

De cualquier manera, el intenso debate sobre las reivindicaciones de las cineastas españolas no ha hecho más que empezar y el encuentro de Valladolid, auspiciado por la Seminci y por la revista de cine Caimán y al que han asistido también representantes de instituciones públicas, apenas ha sido el prólogo. Así, las 30 productoras que firman el manifiesto harán llegar sus peticiones al ICAA y mantendrán reuniones con todos los sectores profesionales para que el papel de la mujer en el cine no se limite a las actrices o a las encargadas de maquillaje y peluquería.


Diana Oliver, periodista: "No eres menos feminista porque tu prioridad sea cuidar de un bebé de seis meses"

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Diana Oliver, periodista:

Diana Oliver (Madrid, 1981) es periodista y autora de Maternidades precarias (Arpa, 2022), un libro que analiza la crianza en un sistema que no está pensado para sostener a las personas que cuidan. El texto nace de su experiencia personal, como madre de dos hijos autónoma que pelea para criar, subsistir y llegar al final del arcoíris de la conciliación sin perder la salud en el intento. Oliver, que se refiere a sí misma como una “privilegiada precaria”, no se considera optimista porque cree que hacen falta muchos cambios para poder lograr crianzas sostenibles. Su libro es una narración honesta sobre la maternidad, con todo lo malo, pero también con todo lo maravilloso que puede ser.

¿Qué le motivó a escribir el libro?

No me representaban los discursos sobre la maternidad. Quería insistir en la imposibilidad de cuidar y en el follón en el que te metes cuando eres madre en un sistema preparado para que externalices los cuidados y para que sigas produciendo como si no hubiera pasado nada en tu vida. Es perverso que se nos presione tanto para tener hijos y luego, después de 16 semanas de permiso de maternidad, nos devuelvan al trabajo. Me insistieron mucho en que mi hija tenía que alimentarse exclusivamente de lactancia materna durante los primeros seis meses. ¿Cómo se supone que lo tenía que hacer? Y eso sin hablar de los sueldos bajos y precarios que tenemos muchas personas, que no nos permiten reducir jornada.

¿Qué condiciones le hubiera gustado tener para poder ser madre?

Podría hacer una lista gigante. Ser madre supone pasar por una serie de procesos que requieren tiempo y el sistema no soporta. El permiso de maternidad está pensado para recuperarse del parto, pero nadie piensa en esos primeros meses, que son tan importantes para la vida de un bebé. Hay que alargar los permisos de paternidad y maternidad. Soy poco optimista, porque creo que hace falta un cambio muy radical y, ahora mismo, solo nos dedicamos a poner parches de conciliación que quedan muy bien y tienen un 'marketing' precioso, pero no se traducen en nada. También tenemos que repensar la rigidez horaria y conseguir retribuciones económicas para los cuidados para que externalizarlos no sea la única opción para criar y seguir trabajando.

En su caso, decide no externalizar los cuidados. ¿Cómo fue la experiencia?

¡Qué decisión! Mi única opción era llevar a mi hija a la guardería desde primera hora de la mañana hasta vete a saber cuándo. Y por un precio que no podía asumir. Así que pensé cómo hacerle trampas al sistema para quedarme en casa, cosa que me pude permitir por ser autónoma. Por eso hablo de privilegios precarios, porque trabajar con niños en casa fue absolutamente horrible, hasta el punto de que la salud física y emocional se vieron perjudicadas. Pero era la única manera de poder sostener la situación.

Hace poco publicó un tuit en que revelaba su inseguridad y que tuvo dos tipos de respuestas: las que ofrecían ánimo y las que aseguraban que “tú puedes con todo”. ¿Qué cree que es más tóxico, la idea de que las madres pueden con todo o la postura más retrógrada de la mujer dedicada completamente a los cuidados?

Pues no lo sé. Por un lado tenemos la exigencia externa, que da por hecho que vas a poder con todo, y por el otro está la propia exigencia de tener que poder, porque te han dicho que tiene que ser así. Y esa es la peor, porque hace que te presiones a ti misma y que, si no lo consigues, te digas que eres débil. Las dos premisas son muy nocivas, porque no creo que tengamos que renunciar a nada, pero la exigencia desmesurada hace mucho daño. Hay que empezar a ser compasivas con nosotras mismas y con las demás. No hay que poderlo todo.

¿Cree que se ha idealizado demasiado a las madres como seres omnipotentes? Un poco a lo Rigoberta Bandini, que canta a una mujer que tiene siempre caldo en la nevera, a la vez que podría acabar con guerras.

Totalmente. ¿Cómo se supone que tenemos que sostener todo eso? Y lo digo desde el cansancio de quien cuida y produce y que, además, no lo hace sola, sino que cuento con una pareja implicada al 50%. Los dos nos encargamos de todo, nos organizamos con el trabajo y estamos con los niños a partes iguales. Y aún así estamos agotados y frustrados porque no llegamos.

Como hijas pensamos en nuestras madres como personas que sí podían con todo pero, ¿nos preguntamos suficientemente a qué precio?

Hemos asumido que la maternidad es un malvivir. Y, a la vez, cuando alguien se queja, se le dice que es lo que hay, haberlo pensado mejor. Yo, hasta que no he sido madre, no he podido entender la historia de la mía y el esfuerzo que hay detrás de criar, pero tenemos que dejar de ver la maternidad como un suplicio en sí misma. Los cuidados no deberían ser sufridos y tampoco debería serlo la crianza. Si lo es, es por culpa del sistema que tenemos, que nos niega el soporte del mundo que nos rodea.

Al ser madres, ¿nos convertimos en madres y dejamos de ser mujeres?

Nos cuesta mucho asumir que la maternidad es una metamorfosis. No vuelves a ser la misma persona, igual que ha cambiado para siempre tu cuerpo. Y querer volver a ser lo que se era antes no es realista. Tenemos que aceptar que las prioridades y las necesidades cambian. A menudo tendemos a luchar contra ello, pero no eres menos feminista por decir que tu prioridad ahora mismo no es otra que un bebé de seis meses al que amamantar, cuidar y mecer en mitad de la noche.

Si queremos que el sistema dé valor a los cuidados, debemos empezar haciéndolo nosotras mismas y no denostar que queramos cuidar de otra persona. Como dice Carme Riera, el feminismo tiene que reivindicar nuestra capacidad creadora y defender que las mujeres podemos ser igual o mejores médicas, escritoras o ingenieras que los hombres. Pero también hay que reivindicar nuestra capacidad reproductora. El patriarcado se ha encargado de convertirlo en un tema de segunda, ridículo, cuando en realidad es muy poderoso. La maternidad no es algo negativo que nos quita de hacer otras cosas, siempre que pueda decidir libremente lo que hago con mi cuerpo y que tenga las condiciones materiales para sostenerme en esa decisión.

El capitalismo ha convertido la maternidad en un negocio. ¿Cree que podemos ser realmente libres de elegir?

Es algo que me pregunto a menudo. El cuerpo de la mujer está permanentemente presente y solo hay que mirar la gestación subrogada o las clínicas de fertilidad. Son un auténtico negociazo que se aprovecha de nuestros cuerpos, procesos e inseguridades. La congelación de óvulos, por ejemplo, podría estar muy bien porque te permite tener hijos más tarde, cuando te sientas preparada, pero no deja de ser macabro que con ese discurso cuidador se ganen millones.

Para responder si somos libres de decidir, tenemos que preguntarnos, también, quién puede pagar los tratamientos de fertilidad o la congelación de óvulos. ¿Cuántas mujeres piden créditos para eso? El negocio con nuestros cuerpos es el precio que pagamos por salir a trabajar en un empleo que, a lo mejor, no nos gusta y que solo tenemos por supervivencia. Mi madre salía a limpiar casas a las cinco de la mañana y no volvía hasta las ocho de la noche. ¿Dónde están los discursos para ella?

En el libro habla de una amiga suya que adoptó y del proceso al que tuvo que someterse para demostrar que era apta. Cuenta que la mayoría de personas que crían no reunirían las condiciones que se requieren para una adopción.

Con la inestabilidad y precariedad actual, si tuvieran que pedirnos permisos para ser madres no se lo darían a nadie. Hoy tenemos claro que no hay un solo modelo familiar y que no hay ninguno que sea mejor que otro por definición. Pero también sabemos que llevamos muchas mochilas, que tenemos muchos problemas emocionales y psicológicos por intentar sostener la vida en un sistema que nos lo pone muy difícil. Si me preguntas cuál es el estándar familiar para criar de manera sostenible, te diré que es muy difícil conseguirlo tal y como está configurado todo.

En estas condiciones, ¿es egoísta tener hijos?

A veces es egoísta, por poner por delante el propio deseo. Pero también puede ser una manera de llevar la contraria al sistema y demostrar que hay otra manera de criar y vivir. Es cierto que con la pandemia y la guerra de Ucrania me he preguntado a qué mundo he traído a mis hijos. Pero también quiero pensar que ellos pueden ser una forma de cambiarlo. No se trata de hacer un mundo mejor para nuestros hijos, sino de criarlos para que ellos sean mejores. Por eso es importante invertir en los cuidados, pero en los cuidados de verdad, no esos que solo dan votos y visibilidad en redes sociales.

Puntadas y nuevos patrones para devolver a las víctimas de violencia sexual su poder

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Puntadas y nuevos patrones para devolver a las víctimas de violencia sexual su poder

Qué te vas a poner esta noche es, seguramente, una de las preguntas más formuladas cada viernes en los chats entre amigas, como parte del ritual de preparación para el plan que inaugurará el fin de semana. Claro que, en ese instante, nadie cuenta con que, horas después, podrá acabar transformándose en una condenatoria: "¿Qué llevabas puesto?". La formulación que, a día de hoy, aún se repite tras vivir episodios de violencia sexual, independientemente de cómo, cuándo y dónde ocurran los hechos. De ahí a que se haya convertido en el título de la exposición impulsada por el Ministerio de Igualdad que persigue reflexionar sobre el cuestionamiento y la culpa a la que son sometidas las víctimas de agresión sexual por la ropa que llevaban en el momento en el que fueron agredidas.

La muestra, ubicada en el Museo del Traje de Madrid, dependiente del Ministerio de Cultura y Deporte, mantendrá sus puertas abiertas hasta el próximo 30 de abril. Su entrada funciona como una declaración de intenciones sobre la forma en la que, automáticamente, interpela. Un espejo pone al público frente a su vestuario elegido para la visita, y la definición de la palabra patrón, que es otra de las protagonistas de la exhibición: “Modelo según el cual se producen otros objetos”. En este caso, la cultura de la violación, la revictimización de las mujeres víctimas de violencia sexual y el grave etcétera que la exposición busca desmontar a través del relato de ocho de ellas.

Sus casos se materializan en la recreación de las prendas que llevaban puestas el día en que fueron agredidas. Y están acompañadas de sus narraciones íntimas, que colocan al asistente frente a frente con una dolorosa realidad que se inyecta en el cuerpo de una puntada. Y no porque haya sangre, bragas rotas o braguetas descosidas. Es ropa usada, pero limpia. Calzado incluido. Y correspondiente a cuerpos, edades y estilos diferentes.

El Ministerio de Igualdad encargó la muestra a la agencia de comunicación Volando Vengo, con la que ya habían colaborado en otros proyectos previos. La trabajadora social y socióloga Cristina Mateos, doctora especializada en violencia de género, ha sido una de sus organizadoras, y explica a este periódico que la institución quiso contar con ellas por su "conciencia feminista", dada la implicación de las víctimas que iba a conllevar.

“Queríamos salir de la espectacularización de la violencia y de las muertes", describe la también profesora, que se ha encargado principalmente del diagnóstico social y el acompañamiento de las mujeres que han compartido sus casos. "Si estamos haciendo una exposición para romper patrones, necesitábamos una mirada reeducada acerca de la violencia sexual”, explica. Además, señala que no habría sido terapéutico: “Recrearse en el dolor, la sangre y la dureza no permite la recuperación”.

Las prendas de estas “costureras”, como así son definidas en los paneles expuestos, están “tejidas junto a los detalles de lo que vivieron”. Seis de estas mujeres ofrecieron sus relatos para la exhibición; las otras dos, correspondientes a una persona mayor de 80 años y otra veinteañera trans, fueron reconstruidas a partir de información de casos reales publicados en prensa.

Sus testimonios acompañan los conjuntos, en forma de texto y también audio, al que se puede acceder a través de códigos QR para que cada visitante pueda conocerlos de forma individual. Y, por último, diversos datos sobre cada uno de ellos. La sala impone por su diversidad, aunque hay una de las piezas que sobrecoge especialmente: un vestido de colores, unas mallas que llegan hasta la rodilla, una sandalias y una diadema de talla infantil.

Pertenecen a Adriana, una mujer colombiana que fue agredida con total impunidad por su hermano desde los 4 a los 11 años. Nunca creyeron su palabra porque él era "el consentido" de la familia. Tras emigrar de Colombia a España, empezó un largo proceso para alejarse de la violencia y sanar. Años después, se enteró de que la hija de su sobrino estaba siendo agredida sexualmente por su hermano. “Empecé a revivir lo que yo había pasado con el mío y tuve el pálpito de que a esta niña y a otras del vecindario les había pasado lo mismo”, pronuncia. Decidió actuar y testificar en el juicio.

Sus palabras se muestran junto a los datos procedentes de la Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer, realizada en 2019 por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. Las cifras descorazonan: el 39% de las mujeres que han sufrido violencia sexual antes de los 15 años menciona como agresor a un familiar masculino (13,5% al padre o padrastro, el 61% al hermano o hermanastro y el 27% a otro familiar hombre).

Los textos tampoco se han prestado a la espectacularización mencionada por la socióloga y trabajadora social Cristina Mateos: “La gente puede pensar que va a escuchar cuántas veces han sido penetradas o los daños que han sufrido. Pero eso tampoco habría sido ético ni pedagógico. No era nuestro objetivo y podía perpetuar la violencia sobre las mujeres".

El proyecto que ha dado pie a esta exposición, y que fue el que el Ministerio de Igualdad quiso traer a España, se originó en 2014 en la Universidad de Oregón, impulsado por las profesoras Wyant-Hiebert y Jennifer Brockman, que se inspiraron en el poema What was I wearing? (¿Qué llevaba puesto?) de Mary Simmerling. Ellas utilizaron testimonios recogidos en entrevistas personales con estudiantes y, cerca de 10 años después, más de 200 organizaciones e instituciones públicas han replicado esta instalación en países de todo el mundo.

Mateos comparte que en su adaptación a España han querido ampliar el foco para que no estuviera únicamente vinculada a los entornos educativos. Buscaban “una toma de conciencia general”. “En las narraciones de violencia sexual ha habido manipulación. Hemos crecido con la idea de que eran casos aislados, de personas desviadas en callejones oscuros, pero no es como nos lo han contado. Las cifras revelan que el 60% está relacionado con entornos conocidos, incluida la pareja”, sostiene la socióloga y trabajadora social.

Por encima de todo, el objetivo era “crear una exposición que cuidara a las víctimas, cuidando los relatos, sin hacer pornografía de la violencia ni la violación. Relatar los casos para la toma de conciencia pero sin hacer sensacionalismo”. Para ello, han hecho partícipes de todo el proceso creativo a las mujeres que han cedido sus experiencias, a las que igualmente han ofrecido un acompañamiento terapéutico continuo. “Queríamos que esta exposición mejorara su calidad de vida, no que la pudiera afectar. Era vital no dejarlas abandonadas con un trauma peor que el que tenían”, indica. Han tenido potestad sobre la selección de cada palabra, la búsqueda de la ropa e incluso del mobiliario: “Era importante que tomaran decisiones, que pudieran manifestar siempre sus necesidades. Que este fuera un espacio que les diera poder”.

El centro de la sala lo presiden las ocho prendas, en cuyo final se encuentra una escultura de un corazón tejido sobre un panel titulado Cortando los patrones de la cultura de la violación. “Para que se pueda ver de dónde vienen, había que describir el entramado social, político y cultural y de los medios de comunicación que han ido montando los relatos alejados de la verdad de las mujeres que sufren las agresiones, que parten de la cultura patriarcal y de la violación que protege a los agresores”, comenta Mateos, compartiendo que la citada escultura les permitía seguir el hilo conductor de patronaje que vertebra la exhibición. “Representa ese corazón social enfermo porque la violencia sexual es algo que afecta a toda la sociedad”, describe, “que hubiera belleza y arte era una manera de cuidar el dolor y a las mujeres víctimas”.

El equipo interdisciplinar artífice de la exhibición ha contado con personas de distintos ámbitos como trabajadoras sociales, psicólogas, diseñadoras, esculturas, artistas visuales y redactoras. Entre ellas ha estado la terapeuta Carmen Sánchez Romero que, según indica Mateos, les insistió en la relevancia del arte como manera de acercar esta realidad: “Nos decía continuamente que la violencia sexual siempre genera una desafección, un no quererse relacionar con lo que estamos leyendo. Un 'yo no soy esa', 'a mí no me va a pasar', 'esto es insoportable', 'no lo quiero leer', 'no lo quiero ver'. Era importante que la gente que fuera a ver la exposición se sintiera en un espacio seguro y cómodo, que su conciencia estuviera abierta”.

Visitar ¿Qué llevabas puesto? Desmontando patrones sobre la violencia sexual revuelve. Leer y escuchar los testimonios y explorar los datos funciona como puñetazos en la conciencia, el estómago y hasta la garganta. Pero la exhibición no pretende ser un lugar de destrucción, desasosiego ni desesperanza. Al contrario. En su culmen han reservado el que denominan 'espacio de reparación'. “Un lugar de refugio, una parada necesaria para tomar distancia del dolor y del daño y conectar con lo emocional y la esperanza. Te invitamos a detenerte dentro de él, descansar, escuchar, respirar, reflexionar y participar también en esta confección colectiva de nuestros patrones”, señala un cartel en su entrada.

Se trata de una zona cálida en la que reina la luz. Hay sillas, alfombras, se escucha agua caer. También se da la opción de acceder a través de códigos QR a poemas y hay hojas de papel y rotuladores para que toda persona que quiera dejar un mensaje, lo haga. En las pequeñas cestas de mimbre que los contienen confluyen distintas tipografías, experiencias, apoyos y compañía. “Es una reivindicación de los espacios de reparación que ellas necesitan. También para que dentro del itinerario pudieras sentarte a respirar y decir 'madre mía'. Un espacio para ti, para la reflexión, para hacerte preguntas”, expone la trabajadora social y socióloga.

Mateos reivindica este espacio como parte de la esencia de la muestra, sobre la que defiende: “Todas podemos sufrir violencia sexual en cualquier lugar, pero de la violencia sexual se sale, la reparación es posible". Por eso, la exposición ha sido concebida como un hilo que mantiene unidas las historias y el dolor de las mujeres víctimas de violación. Así lo describe una de sus cartelas: "El lento proceso de costura de sus propias heridas se convierte, entre estos paneles, y con la esperanza de un nuevo patronaje por parte de la sociedad, en parte de un rito de curación y de sanación".

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